Había un incontrolable ajetreo motivo de un tradicional evento, era una calurosa mañana del quinto día de la última semana de Julio en una comunidad de lo más cordial en el corazón del istmo de Tehuantepec, Oaxaca, albergaba la visión idealizada de un suceso que complaciera toda una parentela familiar en la realización de un acontecimiento que significaba la cúspide de la idealización de la unión matrimonial, materializada en todo un ejercicio recreacional tradicional que habría ser de lo más peculiar, algo muy significativo y rara vez visto para alguien que creció en la urbanidad de la cultura occidental.
No pertenecía a aquel lugar, me era
tan lejano que podía oler la falta de familiaridad, es difícil verse involucrado
en tan extraño momento cuando incluso en el pensamiento no eres un ideológico
creyente de hacer realidad esos momentos, pero el momento se dio y no dude en
cumplir el anhelo de un corazón engrandecido por la ocasión.
El mundo moderno se había puesto
una barrera contra el concepto mismo estigmatizando la idea como un reproche de
obligación o expectativa de vida social, no era un buen momento para decir
abiertamente, me quiero casar, sin que se llegase a creer que pudieras ser un
conformista más, solo puse un stop a la diarrea verbal que me producía la
crítica en contraposición, al fin y al cabo para la opinión de este andariego bienaventurado
no había problema ni prejuicio que valiera para poner en duda una determinación,
siendo más simplistas con la expresión, en lo que a mí respecta era una
experiencia más, algo que contar y valorar, el matrimonio sin dudo no era un
tema que me preocupara ni le apresurara como un problema a nivel personal.
Me había levantado temprano, la
gente corría de un lado a otro conscientes de su labor como si hubiese habido
una junta secreta para repartir cada una de las actividades el día anterior,
supongo que me la perdí, pues no sabía cómo ayudar, sentía que podía llegar a
estorbar más si les detenía a preguntar, debía de haber algo en lo que pudiera
aportar además de decir acepto y llevarme a la novia de aquel lugar.
Era el segundo día de celebración, al
parecer en aquella región casarse es una ceremonia que requiere tres días para
darse por concluida y bendecida, me consideré afortunado cuando escuché que
tiempos atrás incluso se llevaba una semana completa para dar por terminada la
ceremonia, debió ser cansado vivir en aquellos tiempos gastando una pequeña
fortuna en la ocasión solo para entregar a tu hija a un extraño sin saber cómo
iba a terminar la relación.
El día anterior a los hombres les
correspondía ir por el animal que sería el invitado especial de las cocineras para
el banquete central, mi futuro suegro y cuñados me llevaron sin preguntar, no
es que no quisiera ir después de todo era una excelente manera de conocer a la
familia con la que tendría que coexistir; no lo supe hasta que al fin lo viví,
creía que nos estábamos preparando para el evento, pero el mismo ya se estaba
ejerciendo frente a mí, era el primer día de celebración, a cada paso de
trabajo había una cerveza bajo el brazo, a donde quiera que había algo por
preparar la música estaba tras un invitado a colaborar.
Aquel día fue de lo más agobiante,
nunca te imaginas que hay detrás de tu comida, pero las costumbres son el
perfecto momento para tener una epifanía, cargar con el bovino solo fue el
primer paso, algo para lo que no estaba preparado, menos para participar tras
el carnicero que al llegar el momento destazaría el cuerpo en un frenesí de
sangre nada agradable, trozando fragmentos del cuerpo que terminaríamos
cargando para que las cocineras decidieran que hacer con ellos; al fin y al
cabo costumbres, la bebida no oprime el cansancio, estando en movimiento es
difícil olvidar aquel momento.
Como dije, el primer día ya es
historia, el ahora del segundo día, se inicia con el recubrimiento de la
vestidura tradicional, en mi caso no era algo de qué preocupar, vestirme
solamente implicaba ponerme un pantalón negro de vestir, unos mocasines y la
guayabera de manga larga fabricada en lino, el calor parecía que me haría sudar,
pero era poco comparado con lo que la novia tendría que aguantar.
La preparación llevó al menos un par
de horas, un especialista en maquillaje se contrató para la ocasión, otro más
para el peinado y un grupo de artesanas llevaron el esplendoroso vestido blanco
con bordados de hilo dorado y plata para el tocado al estilo tehuana con flores
extendidas desde el pectoral hasta el faldón.
Desfilamos a la par de una comparsa,
ritmo y un mar de gente nos acompañaba, no soy gran fan o conocedor de la
música tradicional, pero es difícil no contagiarse del momento vivido en aquel
lugar, una sensación de alegría que atrae a la gente de la comunidad, los fuegos
pirotécnicos tronaban en el cielo tras nosotros en repetidas ocasiones, al
tiempo que entrabamos en el templo donde el estandarte de la religiosidad se
erigía como un majestuoso palacio donde las consagraciones no se hacen esperar.
Gente de mi tierra natal había
llegado hasta aquel rincón del mundo para presenciar los detalles tradicionales
por los que habría de pasar, muchos no lo creían ya que era del tipo de
individuo que no le gusta lo usual, pero tal y como lo vieron, un arsenal de
eventos se estaban desarrollando y sin desacato los disfrute con la mayor
serenidad, tras volver de la gran ceremonia que podría haber indicado que ya
estaba casado, pasamos a una estancia en la residencia familiar donde nos
postramos con la rodilla en el suelo y se recibió la bendición del santo de la
comunidad, mientras nos rodeaban con incienso y hierbas de olor, una corona de
flores me sorprendió sobre la cabeza, algo que jamás imaginé que podría llevar
en ninguna de las vidas que hubiera de habitar.
Había mucho de lo que se había
planeado, danzas una y otra vez mientras la cerveza no dejaba de correr, los
interminables platillos que se desplazaban entre los visitantes sorprendieron a
mis familiares por lo exótico y abundante, muchos fueron los que acompañaron el
gran momento, es difícil olvidar un gran evento, la razón recae si sale de la
normalidad, algo fuera de lo que todos acostumbraban como el estatus de lo que
una boda debería llevar.
Me pregunté por un momento si
realmente ya estaba casado mientras observaba el anillo en el dedo, la
ceremonia era de tres días, supongo que todo fue definitivo desde el momento en
el que subimos la vaca por el camión de carga, no había manera de dar marcha
atrás de cualquier manera, los papeles eclesiásticos y civiles solo era parte
del proceso que llevaba toda esta charada hasta el final.
Había algo más popular que la
propia comida, un primo de mi encantadora esposa se acercó y expresó que si
estaba preparado para lo mejor, el baile del borracho es un momento que en
aquel lugar se había esperado con antelación, el hecho de no ser del lugar lo
hacía más atractivo para los de la comunidad, tenían la idea de que la
gente de fuera no solía aguantar el
ritmo de la tradición, que bueno que mi hígado nació preparado para la ocasión,
primos políticos y de sangre se acercaron a mi alrededor, amigos de la facultad
me acompañaron alegres para el momento más entretenido de la festividad, o al
menos para los hombres que parecía ser de lo más atractiva siendo que incluía
alcohol, mucha risa y pasión por la tradición.
Algunos trataron de llevarme como
un trapo, beber alcohol y dar vueltas al ritmo de una sonada canción, el
alcohol fluía por mi boca y la del que en turno bailaba para dar vueltas sin
detener la tradición, algunas madres se escandalizaron por que no estaba
preparadas para entender y prevenir a sus hijos de participar, ellos por otra
parte aprovecharon el tumulto y dieron rienda suelta a la alegre y la
festividad.
Una advertencia tuve de un primo antes
de comenzar que quiso que no se saliera de control – a los nuevos les suelen
dejar que tomen para que caigan llenos de alcohol, pero no quiero que te tomen
por extraño ya que ahora perteneces a la familia – dijo gratamente mientras me
explicaba una manera más audaz de no salir perjudicado – te voy a explicar que
debes tirar el alcohol tan pronto caiga en tu boca o no contaras que ocurrió.
Giraba lleno de euforia y nadie dio
cuenta de cómo el alcohol quedaba impregnado en mi ropa mientras dejaba que
escurriera de mi boca, no me pareció lo más honorable para el momento, pero era
lo más listo sino quería ser yo el espectáculo del pueblo.
Las bodas son extrañas me dije sin dudar,
me alegra haberme casado en aquel lugar, de donde vengo la mujer no suele beber,
la lamentable restricción dictamina que no se ven bien, algo que en aquel lugar
no ocurrió, pues todos bebían alegras sin sentir prejuicio a su alrededor, las
señoras reían al calor de las cervezas, y mis familiares alegres se unieron a
esa belleza, mujeres y hombres comían y bebían por igual, el baile se prolongó
y no paro hasta que el último invitado ya no pudo más.
No sabía hasta aquel momento lo que
significaba la ocasión, es más que una idea de estabilizar un modo de vida, es
la integración y asociación de todo un grupo de familiar, unidas por dos
personas que decidieron entablar una prolongada amistad. Miré a mi esposa
mientras la fiesta transcurría y nos tomábamos de la mano al tiempo que las
escenas nos divertían, estábamos aclimatados al instante que nos juntamos,
había un par de tradiciones que debían ser cumplidas además del baile del
borracho.
El baile de la escoba consistía en
marear a la novia mientras la mujeres, amigas y madres le rodeaban y le
despistaban, por último y no menos importante, la danza del mediu xhiga, una
tradición enfocada en apoyar la nueva familia formada, todos aportaban lo que
desearan a la pareja, mientras una sonata tradicional acompañaba a los
invitados para bailar con una cazuela, al final del rítmico momento, tronar la
cazuela en el suelo, era señal de un sincero deseo de buena fortuna, así como
la bendición del pueblo.
Faltaba un día más, la gente
vendría para honrar la festividad, curiosamente los recién casados no estaban
obligados a asistir, una sensación de alivio me albergó, por primera vez me
sentía satisfecho de haber cerrado la celebración, en el fondo sabía que nada
había cambiado, mis pensamientos y deseos continuaban intactos, pero la odisea
había dejado un sinfín de memorias que extrañamente había atesorado.
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