martes, 11 de agosto de 2020

2 DEDOS DE RON (RELATO)

Desperté forzado por la resplandeciente luz de la mañana que penetraba a través de la ventana, un desafortunado dolor de cabeza me hace cuestionar la suerte que te depara el día mientras arrojaba agua sobre el rostro frente al lavabo del baño y miraba lo hinchado que me veía luego de una innecesaria noche de copas que se consumió en una cantina y su simple recuerdo causaba estragos vomitivos en este desfigurado cuerpo.

Quizá la edad trataba de recordarme que al llegar a los 30, las cosas no suelen ser como se solía disfrutar cinco años atrás, una desvelada, algunas cervezas y una cajetilla de cigarrillos resultan suficientes para mermar la conciencia, desgastar el cuerpo y perderse en la nostalgia de añorar la idealización social de una vida común, un trabajo próspero y un salario regular.

En lugar de aquello, había elegido la complicada senda del escritor, el sustento de un comerciante y la suerte de un perdedor, (ja) bueno, no del todo cierto, en ocasiones quiero pensar que lamentamos lo que tenemos y carecemos, pero si no tuviéramos aquello que cosechamos, lo lamentaríamos más.

Me preparé un baño como todos los días y aceleré mi salida para repartir mercancía, tendría que apresurarme y cumplir con la idea de ganarme mi derecho a regresar al departamento, le había convertido en el centro de operaciones de un adulto sin sueños, tomar un libro y leer hasta hostigar mi deseo, descansaría un rato prepararía nueva mercancía para el siguiente día y encendería la computadora para intentar darle un sentido literario a las narrativas con las que me encuentro atascado queriendo convertir un mar de palabras mal formadas en una antología bien amada al estilo de los Rolling Stones o Black Sabbath.

Emergí de la comodidad de mi solitaria cueva solo para darme cuenta que sería uno de los presentes más soleados de la semana, tendría que caminar por las calles antes del mediodía, mientras la sombra de las casas continuara propiciando refugio del insoportable sol que calcinaba la paciencia de mi malestar, buscando locales comerciales de tiendas de abarrotes donde pudiera colocar mi producto como proveedor independiente, de esos que no pagan impuestos mientras no tengan una marca y se digan de manufactura artesanal para inflar el precio y ganar un poco más.

Deambulé mirando los locales a cada cuadra que pasaba, algunos ya los había recorrido pero dada la situación, no todos quieren recibir productos que no conocían, es más fácil mantener el estándar que asegura la compra del consumidor, agua, refrescos, infinidad de galletas de marca, lo mismo con la comida chatarra y cervezas, una tienda que provee eso tiene asegurado el éxito mientras no llegue hasta aquellos suburbios alguna de esas cadenas de consumo rápido que se propagan más rápido que una familia católica de los años 30 del siglo pasado, cuando la iglesia hacia campaña pública a favor de la procreación irresponsable, quizá no es necesario ir tan lejos, algunas de las décadas posteriores mantuvieron dicha ideología viva durante un largo tiempo.

Podía sentir cuando me iban a rechazar o me podrían dar alguna oportunidad, es como una punzada antes de entrar, se les notaba en la expresión mientras despachaban a otro comprador, algunos te cortaban el discurso de presentación antes de que siquiera les mostraras lo que traías, otros por amabilidad te dejaban terminar solo para ofrecerte el ensayado – no gracias, ahorita la situación está difícil – mientras te despiden con una sonrisa de cortesía que te invita a retirarte.

Cuando salgo siempre me pongo a pensar en lo que me acaban de decir – pero ¿cuándo no le está? -  me pregunto mientras relego cualquier posibilidad de volver por aquella tienda para buscar otra con la que pueda negociar, deseando haberle contestado al tendero mientras exponía la situación económica actual.

En la calle los recorridos se extienden un buen rato, algunas tiendas las salto porque de inicio no tienen acceso para el consumidor, te atienden tras una reja, supongo que ya experimentaron las desgracias del robo y no les quedó otra elección, pero eso también es malo para los nuevos productos, no hay oportunidad que la gente les vea si están ocultos en el interior, mejor paso de largo y continua la peregrinación, me pongo los audífonos para hacer más ameno el recorrido, algo de Eric Clapton cuando me siento decadente y nostálgico, al final para animar mi paso termino con los Bacilos, un grupo que canta el sueño de ganar el primer millón, alegra un poco anhelar despierto mientras continuo la labor.

A veces es bueno levantar la cabeza, miro a mi alrededor, las personas tienen rutinas que usualmente no vemos en la televisión, pasan de un lado a otro con acelerada atención en sus labores tratando de cumplir con la estricta calidad de su trabajo para mantener un salario que apenas les alcanza para mantener la familia que no planearon, las mismas prácticas en diferentes lugares, cargueros de carne entregando enormes empaques en un transporte refrigerado en las carnicerías, un joven adolescente con su diablito transportando las cargas de alimento para el bodegón de productos varios hasta el almacén en el interior del local, donde deberá utilizar la fuerza de su espalda para levantar el bulto y acomodarle antes del inventario de entrega que hacen al llegar, las señoras con el morral lleno de verduras formadas en la tortillería por que el marido no puede vivir sin una tortilla que acompañe su comida, locales de esos nunca  sobran, siempre hay quien necesita surtirse de aquella mercancía, el repartidor de agua y el surtidor de leche que va sonando el claxon de su moto para que le escuchen que va al paso.

En una ocasión me topé con una señora que parecía comerciar cacahuates en un costal, los ofrecía gritando a su alrededor mientras caminaba para ver si alguien se asomaba desde su hogar, no eran cacahuates de los preparados que comúnmente se ven en las tienda, sino de los que vienen de cortar en el campo con todo y cáscara, tierra y raíces que cayeron involuntariamente, que difícil le ha de resultar sacar algo de venta, no es un producto de canasta básica y tampoco estaban cocinados al gusto de una botana, el costal estaba bastante atiborrado que parecía de los más difícil de vender, ya casi se ponía el sol de mediodía, la gente como ella sale temprano a promover su mercancía, ojalá hubiese vendido tanto como había caminado, aunque estaba seguro de que no había sido el caso.

Aquel día no se había ido en vano, maldije mi solitaria suerte, al menos de quince locales visitados, tres habían aceptado integrar mi mercancía, no parecía gran cosa, pero así había ido sumando todos los días hasta tener un justo número de distribuidores que mantuvieran a flote la comida del día, los libros que consumía y la cerveza que apaciguaba la rutina.

Por momentos miré la parada del transporte urbano a una cuadra del camino, después de estar toda la mañana a tránsito de peatón, lo único que quiero es subir en alguno de aquellos servicios y  dejar que me acerque a mi morada, una idea mitigadora sino tuviera que pensar en los escasos pesos que me llevé en el día, la mentira es un placebo para engañar el cansancio y me repito en la conciencia que en la próxima estación si me subiré al camión, así voy dando largas hasta que ya estoy a unas cuadras de llegar y terminar mi jornada, supongo que resulta mejor un poco de ejercicio para bajar la irregularidad de la panza.

Había regresado al departamento de lo más acalorado con ganas de volver a bañarme, llegando mi perro esperaba impaciente su comida, era un amigo fiel que siempre me esperaba en casa, a veces salíamos a correr por las mañanas y a cambio yo le obligaba a leer mi desvarío en la práctica literaria.

Ya había olvidado como eran las relaciones humanas sin que fueran una labor mecanizada del trabajo del día, había una chica de lo más simpática en una de las tiendas, bastante alejado estaba el local, caminaba un extenso trayecto para llegar, pero había aceptado el producto y valía la pena continuar mientras buscaba nuevos puntos de venta por el lugar, parecía querer conversar cada vez que llegaba, tenía una mirada atenta, muy concentrada como si todo lo que le dijeras tuviera un sentido de interés para ella, es atractiva no existía razón para negarlo, le miraba una piel clara y desde donde estaba parecía ser muy suave y delicada, su voz era la una juvenil colegiala con un tono ingenuo sorprendentemente atractivo, el cabello rojizo alternado con negro, claramente pintado intercalando colores, cuando tenía una coleta levantada le daba un aspecto rebelde que hacía juego con la hilera de percings que llevaba en la oreja, le calculaba unos veinticinco, tal vez tuviese un poco más, era difícil saberlo, su manera de hablar reflejaba experiencia, pero sus expresiones eran de los más juveniles.

Suele preguntar por la música que cargo en mi celular o la ruta que voy a llevar y hasta en que mato mi tiempo en libertad, contonea su cuello como si dentro de ella llevara una canción, a veces trato de imaginar que escucha a Cyndi Lauper con “Girls Just want to have fun” porque su estilo me recuerda a esa canción; me encantaría tener esa facilidad para invitarle a salir, tal vez solo es amable conmigo y los demás, cada vez que pienso en invitarla me imagino las horas que requiere una cita, el dinero que se me va a escurrir de las manos y el tiempo perdido cuando todo hubiese acabado, cuando me voy miro la tienda donde se encuentra, y pienso que tal vez se lleve así con todos los proveedores que pasan por su local, quizá estoy siendo ingenuo, tal vez hasta los clientes recurrentes que viven por el lugar.

Aquella tarde no tenía deseos de cocinar, abrí una lata de sopa y unas tostadas para acompañar y llenar el estómago mientras encendía el televisor y dejaba que el youtube decidiera la reproducción, solo necesitaba escuchar un bla bla bla al llegar, me había planteado leer algún autor de novela clásica que pudiese estimular la imaginación, por alguna razón había caído desganado por el tiempo invertido en ganarme el pan, miré por la ventana como el brillo del sol se apagaba, el clima en aquel lugar era de los más extraño, por la mañana podría encontrarse un cielo despegado de primavera y por la tarde los vientos o la lluvia de invierno recubrían el mundo de un gris que oscurecía el día muy lejos todavía de alcanzar la noche.

Miré la estancia con desgano, hace poco más de una semana que no había de limpiarle, una barrida y trapeada era todo lo que hacía falta, incluso el baño yace abandonado – que importa – me dije pensando que no esperaba visitas pronto, estaba harto de ser adulto y sacudir figurativamente el polvo; un cacheteo con las palmas de la mano en el rostro y me levanté del viejo sofá que usualmente compartía con mi cachorro por las tardes cuando buscaba ver una película de gusto literario, omití la lectura y busqué mi computadora, ya tenía bastante tempo con ella, tenía ganas de pulir algunas letras.

Sacudí el polvo de la pantalla y encendí la maquina con el viejo botón que en ocasiones se atoraba, aguardé un momento mientras esperaba a que cargara, tomé una cerveza, continuaba mirando la pantalla pausada en negro, no parecía avanzar, - nuevamente me ha ocurrido – dije, se había vuelto a trabar.

Regularmente volvía a funcionar cuando desconectaba la batería del aparato, pero esta computadora resultaba ser uno de esos modelos que ya integra la batería y para desconectarla tendría que desarmarla, es una trampa para los que no tienen idea de cómo hacerlo, un gasto que te lleva al taller de equipos electrónicos donde terminaras pagando más de lo que vale el servicio y seguro con algunas piezas robadas que el técnico dispondrá creyendo no extrañaras por que no sabes ni que función cumplen en el aparato

Maldije apretando la lata entre los dedos de la mano mientras observaba como no daba señales de volver a funcionar, aquello ya me había ocurrido un millar de veces y siempre había resultado, pero en el fondo sabía que algún día dejaría de responder, nunca sabes cuándo va a llegar y con qué humor te va a caer.

Miré la pantalla un rato más, sin que pudiese controlar mi deprecio hacia mi laptop, un impulso subconsciente de ira destructiva no explosiva se apoderó de mí, con la mirada de indiferencia levante la bebida solo para verterla sobre el teclado que yacía frente a mi regazo, la cerveza escurría por los lados y entre las teclas del aparato, por un segundo sentí que me había vengado del ingrato equipo, que ya mucho tiempo atrás se había querido jubilar, tenía algo ahorrado pensando en un viaje a futuro, pero qué más da, podría darle un buen uso ahora que no tenía donde jugar, cerré la pantalla y solo vi un enorme sándwich de cerveza vertida en un electrónico, le levanté un poco para ver si escurría de la parte inferior y sin previo aviso algo tronó del recóndito umbral de circuitos sacando chispas que se alcanzaron a ver desde la pequeña abertura que había dejado ver el teclado. Rápidamente la desconecté, había sido de lo más estúpido, pero al menos ya no corría peligro de verme envuelto en el último desquite de mi computadora.

Volví a la estancia donde mi sillón me esperaba, saqué una botella de ron de uno de los cajones de la repisa del televisor y lo vertí en el interior de la lata, medí dos dedos sin saber si realmente había controlado el contenido, revolví un poco la bebida y dejé que fluyera a través de mi garganta en un instante sin pensarlo, para que me golpeara en un súbito y acalorado noqueo, me tiré un rato en el sofá mientras me ahogaba en el golpe de alcohol que me había tomado, la luz que se transmitía a través de mis ojos poco a poco se fue fulminando, no quería pensar en los sueños que había perdido, aquel solo habría sido un mal día, ya habrá tiempo de tirar otro round por la vida.


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