Desperté forzado por la resplandeciente luz de la mañana que penetraba a través de la ventana, un desafortunado dolor de cabeza me hace cuestionar la suerte que te depara el día mientras arrojaba agua sobre el rostro frente al lavabo del baño y miraba lo hinchado que me veía luego de una innecesaria noche de copas que se consumió en una cantina y su simple recuerdo causaba estragos vomitivos en este desfigurado cuerpo.
Quizá
la edad trataba de recordarme que al llegar a los 30, las cosas no suelen ser
como se solía disfrutar cinco años atrás, una desvelada, algunas cervezas y una
cajetilla de cigarrillos resultan suficientes para mermar la conciencia,
desgastar el cuerpo y perderse en la nostalgia de añorar la idealización social
de una vida común, un trabajo próspero y un salario regular.
En
lugar de aquello, había elegido la complicada senda del escritor, el sustento
de un comerciante y la suerte de un perdedor, (ja) bueno, no del todo cierto,
en ocasiones quiero pensar que lamentamos lo que tenemos y carecemos, pero si
no tuviéramos aquello que cosechamos, lo lamentaríamos más.
Me
preparé un baño como todos los días y aceleré mi salida para repartir mercancía,
tendría que apresurarme y cumplir con la idea de ganarme mi
derecho a regresar al departamento, le había convertido en el centro de operaciones de un adulto sin sueños, tomar un libro y leer hasta
hostigar mi deseo, descansaría un rato prepararía nueva mercancía para el
siguiente día y encendería la computadora para intentar darle un sentido
literario a las narrativas con las que me encuentro atascado queriendo
convertir un mar de palabras mal formadas en una antología bien amada al estilo
de los Rolling Stones o Black Sabbath.
Emergí
de la comodidad de mi solitaria cueva solo para darme cuenta que sería uno de
los presentes más soleados de la semana, tendría que caminar por las calles
antes del mediodía, mientras la sombra de las casas continuara propiciando
refugio del insoportable sol que calcinaba la paciencia de mi malestar,
buscando locales comerciales de tiendas de abarrotes donde pudiera colocar mi
producto como proveedor independiente, de esos que no pagan impuestos mientras
no tengan una marca y se digan de manufactura artesanal para inflar el precio y
ganar un poco más.
Deambulé
mirando los locales a cada cuadra que pasaba, algunos ya los había recorrido
pero dada la situación, no todos quieren recibir productos que no conocían, es
más fácil mantener el estándar que asegura la compra del consumidor, agua,
refrescos, infinidad de galletas de marca, lo mismo con la comida chatarra y
cervezas, una tienda que provee eso tiene asegurado el éxito mientras no llegue
hasta aquellos suburbios alguna de esas cadenas de consumo rápido que se
propagan más rápido que una familia católica de los años 30 del siglo pasado,
cuando la iglesia hacia campaña pública a favor de la procreación
irresponsable, quizá no es necesario ir tan lejos, algunas de las décadas
posteriores mantuvieron dicha ideología viva durante un largo tiempo.
Podía
sentir cuando me iban a rechazar o me podrían dar alguna oportunidad, es como
una punzada antes de entrar, se les notaba en la expresión mientras despachaban
a otro comprador, algunos te cortaban el discurso de presentación antes de que
siquiera les mostraras lo que traías, otros por amabilidad te dejaban terminar
solo para ofrecerte el ensayado – no gracias, ahorita la situación está difícil
– mientras te despiden con una sonrisa de cortesía que te invita a retirarte.
Cuando
salgo siempre me pongo a pensar en lo que me acaban de decir – pero ¿cuándo no
le está? - me pregunto mientras relego
cualquier posibilidad de volver por aquella tienda para buscar otra con la que
pueda negociar, deseando haberle contestado al tendero mientras exponía la
situación económica actual.
En
la calle los recorridos se extienden un buen rato, algunas tiendas las salto
porque de inicio no tienen acceso para el consumidor, te atienden tras una
reja, supongo que ya experimentaron las desgracias del robo y no les quedó otra
elección, pero eso también es malo para los nuevos productos, no hay
oportunidad que la gente les vea si están ocultos en el interior, mejor paso de
largo y continua la peregrinación, me pongo los audífonos para hacer más ameno
el recorrido, algo de Eric Clapton cuando me siento decadente y nostálgico, al final para
animar mi paso termino con los Bacilos, un grupo que canta el sueño de ganar el
primer millón, alegra un poco anhelar despierto mientras continuo la labor.
A
veces es bueno levantar la cabeza, miro a mi alrededor, las personas tienen
rutinas que usualmente no vemos en la televisión, pasan de un lado a otro con
acelerada atención en sus labores tratando de cumplir con la estricta calidad
de su trabajo para mantener un salario que apenas les alcanza para mantener la
familia que no planearon, las mismas prácticas en diferentes lugares, cargueros
de carne entregando enormes empaques en un transporte refrigerado en las
carnicerías, un joven adolescente con su diablito transportando las cargas de
alimento para el bodegón de productos varios hasta el almacén en el interior
del local, donde deberá utilizar la fuerza de su espalda para levantar el bulto
y acomodarle antes del inventario de entrega que hacen al llegar, las señoras
con el morral lleno de verduras formadas en la tortillería por que el marido no
puede vivir sin una tortilla que acompañe su comida, locales de esos nunca sobran, siempre hay quien necesita surtirse
de aquella mercancía, el repartidor de agua y el surtidor de leche que va
sonando el claxon de su moto para que le escuchen que va al paso.
En
una ocasión me topé con una señora que parecía comerciar cacahuates en un costal, los
ofrecía gritando a su alrededor mientras caminaba para ver si alguien se
asomaba desde su hogar, no eran cacahuates de los preparados que comúnmente se
ven en las tienda, sino de los que vienen de cortar en el campo con todo y
cáscara, tierra y raíces que cayeron involuntariamente, que difícil le ha de
resultar sacar algo de venta, no es un producto de canasta básica y tampoco
estaban cocinados al gusto de una botana, el costal estaba bastante atiborrado
que parecía de los más difícil de vender, ya casi se ponía el sol de mediodía,
la gente como ella sale temprano a promover su mercancía, ojalá hubiese vendido
tanto como había caminado, aunque estaba seguro de que no había sido el caso.
Aquel
día no se había ido en vano, maldije mi solitaria suerte, al menos de quince
locales visitados, tres habían aceptado integrar mi mercancía, no parecía gran
cosa, pero así había ido sumando todos los días hasta tener un justo número de
distribuidores que mantuvieran a flote la comida del día, los libros que
consumía y la cerveza que apaciguaba la rutina.
Por
momentos miré la parada del transporte urbano a una cuadra del camino,
después de estar toda la mañana a tránsito de peatón, lo único que quiero es
subir en alguno de aquellos servicios y dejar que me acerque a mi morada, una idea mitigadora sino tuviera que pensar en los escasos pesos que
me llevé en el día, la mentira es un placebo para engañar el cansancio y me repito en la conciencia que en la próxima estación si me subiré
al camión, así voy dando largas hasta que ya estoy a unas cuadras de llegar y
terminar mi jornada, supongo que resulta mejor un poco de ejercicio para bajar la irregularidad de la panza.
Había
regresado al departamento de lo más acalorado con ganas de volver a bañarme,
llegando mi perro esperaba impaciente su comida, era un amigo fiel que siempre
me esperaba en casa, a veces salíamos a correr por las mañanas y a cambio yo le
obligaba a leer mi desvarío en la práctica literaria.
Ya
había olvidado como eran las relaciones humanas sin que fueran una labor
mecanizada del trabajo del día, había una chica de lo más simpática en una de
las tiendas, bastante alejado estaba el local, caminaba un extenso trayecto
para llegar, pero había aceptado el producto y valía la pena continuar mientras
buscaba nuevos puntos de venta por el lugar, parecía querer conversar cada vez
que llegaba, tenía una mirada atenta, muy concentrada como si todo lo que le
dijeras tuviera un sentido de interés para ella, es atractiva no existía razón
para negarlo, le miraba una piel clara y desde donde estaba parecía ser muy
suave y delicada, su voz era la una juvenil colegiala con un tono ingenuo
sorprendentemente atractivo, el cabello rojizo alternado con negro, claramente
pintado intercalando colores, cuando tenía una coleta levantada le daba un
aspecto rebelde que hacía juego con la hilera de percings que llevaba en la
oreja, le calculaba unos veinticinco, tal vez tuviese un poco más, era difícil
saberlo, su manera de hablar reflejaba experiencia, pero sus expresiones eran
de los más juveniles.
Suele
preguntar por la música que cargo en mi celular o la ruta que voy a llevar y
hasta en que mato mi tiempo en libertad, contonea su cuello como si dentro de
ella llevara una canción, a veces trato de imaginar que escucha a Cyndi Lauper
con “Girls Just want to have fun” porque
su estilo me recuerda a esa canción; me encantaría tener esa facilidad para
invitarle a salir, tal vez solo es amable conmigo y los demás, cada vez que
pienso en invitarla me imagino las horas que requiere una cita, el dinero que
se me va a escurrir de las manos y el tiempo perdido cuando todo hubiese
acabado, cuando me voy miro la tienda donde se encuentra, y pienso que tal vez
se lleve así con todos los proveedores que pasan por su local, quizá estoy
siendo ingenuo, tal vez hasta los clientes recurrentes que viven por el lugar.
Aquella
tarde no tenía deseos de cocinar, abrí una lata de sopa y unas tostadas para
acompañar y llenar el estómago mientras encendía el televisor y dejaba que el
youtube decidiera la reproducción, solo necesitaba escuchar un bla bla bla al
llegar, me había planteado leer algún autor de novela clásica que pudiese
estimular la imaginación, por alguna razón había caído desganado por el tiempo
invertido en ganarme el pan, miré por la ventana como el brillo del sol se
apagaba, el clima en aquel lugar era de los más extraño, por la mañana podría encontrarse
un cielo despegado de primavera y por la tarde los vientos o la lluvia de
invierno recubrían el mundo de un gris que oscurecía el día muy lejos todavía
de alcanzar la noche.
Miré
la estancia con desgano, hace poco más de una semana que no había de limpiarle,
una barrida y trapeada era todo lo que hacía falta, incluso el baño yace
abandonado – que importa – me dije pensando que no esperaba visitas pronto,
estaba harto de ser adulto y sacudir figurativamente el polvo; un cacheteo con
las palmas de la mano en el rostro y me levanté del viejo sofá que usualmente compartía
con mi cachorro por las tardes cuando buscaba ver una película de gusto
literario, omití la lectura y busqué mi computadora, ya tenía bastante tempo
con ella, tenía ganas de pulir algunas letras.
Sacudí
el polvo de la pantalla y encendí la maquina con el viejo botón que en
ocasiones se atoraba, aguardé un momento mientras esperaba a que cargara, tomé
una cerveza, continuaba mirando la pantalla pausada en negro, no parecía
avanzar, - nuevamente me ha ocurrido – dije, se había vuelto a trabar.
Regularmente
volvía a funcionar cuando desconectaba la batería del aparato, pero esta
computadora resultaba ser uno de esos modelos que ya integra la batería y para
desconectarla tendría que desarmarla, es una trampa para los que no tienen idea
de cómo hacerlo, un gasto que te lleva al taller de equipos electrónicos donde
terminaras pagando más de lo que vale el servicio y seguro con algunas piezas
robadas que el técnico dispondrá creyendo no extrañaras por que no sabes ni que
función cumplen en el aparato
Maldije
apretando la lata entre los dedos de la mano mientras observaba como no daba señales
de volver a funcionar, aquello ya me había ocurrido un millar de veces y
siempre había resultado, pero en el fondo sabía que algún día dejaría de
responder, nunca sabes cuándo va a llegar y con qué humor te va a caer.
Miré
la pantalla un rato más, sin que pudiese controlar mi deprecio hacia mi laptop,
un impulso subconsciente de ira destructiva no explosiva se apoderó de mí, con
la mirada de indiferencia levante la bebida solo para verterla sobre el teclado
que yacía frente a mi regazo, la cerveza escurría por los lados y entre las
teclas del aparato, por un segundo sentí que me había vengado del ingrato
equipo, que ya mucho tiempo atrás se había querido jubilar, tenía algo ahorrado
pensando en un viaje a futuro, pero qué más da, podría darle un buen uso ahora
que no tenía donde jugar, cerré la pantalla y solo vi un enorme sándwich de
cerveza vertida en un electrónico, le levanté un poco para ver si escurría de
la parte inferior y sin previo aviso algo tronó del recóndito umbral de
circuitos sacando chispas que se alcanzaron a ver desde la pequeña abertura que
había dejado ver el teclado. Rápidamente la desconecté, había sido de lo más estúpido,
pero al menos ya no corría peligro de verme envuelto en el último desquite de
mi computadora.
Volví
a la estancia donde mi sillón me esperaba, saqué una botella de ron de uno de
los cajones de la repisa del televisor y lo vertí en el interior de la lata, medí
dos dedos sin saber si realmente había controlado el contenido, revolví un poco
la bebida y dejé que fluyera a través de mi garganta en un instante sin
pensarlo, para que me golpeara en un súbito y acalorado noqueo, me tiré un rato
en el sofá mientras me ahogaba en el golpe de alcohol que me había tomado, la
luz que se transmitía a través de mis ojos poco a poco se fue fulminando, no
quería pensar en los sueños que había perdido, aquel solo habría sido un mal
día, ya habrá tiempo de tirar otro round por la vida.