domingo, 7 de junio de 2020

LA MEMORIA DE LOS MUERTOS QUE SE COMIERON LA PALABRA (Ensayo reflexivo social)

La conciencia de las personas prevalece en el subconsciente de sus descendientes; desde que nacemos comprendemos el mundo del aprendizaje ejemplificado, que conceptos son apropiado o cuales generan una respuesta positiva o negativa ante los demás, por ello la comunicación compartida deja rastros sin importar la fuente de la que provenga, bueno, malo, regular o desdeñoso, la herencia del intercambio de ideas aprendidas solo ejerce cierto grado de la limitación en la conducta social que desarrollamos cotidianamente.

Un día de un recuerdo trivial, me encontré en medio de una conversación, cuando alguien dijo algo meramente innecesario, se sintió un silencio que lo encerró en un tabú, no fue malo, pero parecía escandaloso, creo que su intención fue meramente humorística, y aunque los participantes no estaban personalmente ofendidos, algo en su cerebro les detuvo a dar rienda suelta a la simpleza de la idea mal empleada.

¿Quién no se ha identificado con esa situación?; bueno existen dos situaciones, el discurso ennegrecido por la omisión y el instinto de omisión por un discurso que se estigmatiza en la sociedad; cuando hay una actividad conjunta que implica una comunicación, muchas veces reaccionamos de acuerdo al contexto grupal, olvidamos ejercer la voluntad de la identidad, que tal vez se hubiera permitido una respuesta emocional en lugar de un indiferente silencio.

El ejemplo infiere en la razón de que el grupo ejerce la verdad sobre lo que es aceptable, una acción que se ha venido desarrollando llevándose generaciones enteras que ejercieron la palabra reglamentada. 

Debido a esto la palabra sufre omisiones o cambios en su concepción, las generaciones cambian y nuevas ideas de lo innecesariamente correcto, son impuestas para concretar la actividad social de las voluntades generales, en diferentes circunstancias mejoran la percepción de la realidad, como en la desacreditación de conceptos racistas, homofóbicos o clasistas, pero la moneda tiene dos lados, y en algunos casos somos incapaces de percatarnos cuando nos han contagiado los prejuicios generacionales, denotados sutilmente en nuestro subconsciente.

En ocasiones buscamos denominar una palabra como tabú, para cerrar la voluntad de expresarlo en un candado floreado para que embellezca la restricción, la palabra respeto, suele romper el corazón de los interlocutores, la fuerza de una palabra que destruye la verbalización de otras, el respeto lo buscamos todos y cuando se escudan en el concepto para limitar un lenguaje, que no es necesariamente ofensivo, sino que en determinadas circunstancias se contrapone a orgullosos pensamientos que no dejan lugar a la oposición de sus manifiestos, la palabra se estanca en un vacío de razón que inevitablemente comprendemos sin cuestionar la trascendencia de la misma.

Al final elegimos donde podemos escapar para reunirnos con nuestra identidad, en lugar de expresar nuestro deseo existencial donde sea que encontremos una comunicación verbal.

Culpar a las generaciones por los prejuicios pasados o presentes es una salida bastante simplista, sin importar la década en la que vivas habrá influencias que buscarán excusas para devorar y suprimir las palabras que se oponen a sus pensamientos y realidades, ejemplificamos algunos conceptos como tabú o respeto, pero hay un millar de maneras de obstaculizar el pensamiento con la expresión pasiva del subconsciente. 

¿Como saber si somos libres?...

Tal vez nunca lo sabremos, siempre habrá algo que nos desprenderá de nuestra ideología y limitaremos  la facultad de expresar algún aspecto de nuestra identidad, la integración no es un asunto meramente recreativo, la subsistencia, el estatus profesional, la influencia parental, todo está coordinado para satisfacer el equilibrio del pensamiento correcto colectivo.

Pero si algo podemos hacer, aportar o simplemente comprender, es que también hay conceptos que pueden unificar la libertad de la palabra, y solo por mencionar uno de ellos, habremos de poner como referente puntual la empatía, la palabra que arrebata el escudo y te permite sentir el filo de la navaja que es puesta a nuestros semejantes; la expresión de las personas, el lenguaje cotidiano, es comprendido solo si somos capaces de vernos en los zapatos de los demás, escuchar lo que tienen que decir y si coincidimos, expresar que estamos de acuerdo con su opinión. 

Que los estatus no te limiten y los prejuicios no nos estanquen, si bien hay cosas que no siempre nos han de gustar, por el simple hecho de que no estamos obligados a que nos agraden los pensamientos ajenos por mera conciencia de identidad, si los podemos entender, y hasta fomentar, por que algo que no nos gusta no  necesariamente es malo, solo diferente.



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